El tiempo pasa... sigue pasando...
Nunca deja de pasar.
I.
¿Quién nos va a salvar?
¿Quién nos romperá las astillas de los llantos?
¿Quién nos traerá copas limpias y agua
de la que nunca beber?
¿O hemos perdido para siempre
la mirada
imperturbada?
Alguien ha de rescatar para nosotros
fotos imaginarias
de las noche que recordamos,
como de nuevo,
como vivas,
como dentro de campanas de vidrio.
La mirada tranquila, egocéntrica,
infantil del que se sabe con tiempo
y carece de la artesanía del paladar.
Alguien ha de devolvernos la certeza
de otras ocasiones,
el azar abierto y la mano que abraza.
Las noches eternas
de las que nos quedan
si acaso fantasmas sin voz ni sombra,
y la respiración rápida.
II.
Recuerdo, sí, vagamente…
Una playa vacía y olas de lento plomo.
Una tormenta de horas en Escocia.
La vez que me dormí en un autobús
y desperté a medio camino,
pensando que alguna puerta se abría.
El segundo en que creí que yo era música
y me untaba de mi propio ritmo.
Un anochecer rascando
cielos demasiado famosos.
La noche en que empecé a temer
realmente por la salud del mundo.
Aquella vez que vi labios y sangre
unidos por primera vez con las costras
de los malos presagios.
La noche de las manos nuevas.
El fruto de lo soñado.
Una noche y vino.
Una noche y un poema.
Una noche y con.
III.
Espero, y quizás no espero, volver.
Recuperar los sabores en su primer sentimiento.
Revivir músicas en éxtasis no calculados.
Rehacer siete instantes sólo por el placer
de los dulces dolores, de los pequeños abrigos,
de los momentos en que toda luz duele.
No somos ya nuevos
ni la maldad nos duele tanto.
No somos ya más que grandes mecenas
de una sutil, sedosa,
cobarde amargura
que espera.
(2:15 AM, 3-10-02, Tempe, AZ)